domingo, 27 de abril de 2008

El mar del poeta



Entre luces y sombras XI, de ERincon

EL MAR DEL POETA.

(Julio Bordon Mercado)


El día  había apagado el último rayo de luz y la noche extendía su manto por sobre el horizonte, bajo mis pies desnudos sentía la textura de la arena gruesa y húmeda que   lentamente se hundía por la acción del peso de mi cuerpo. El mar rugía, era un rugido furioso y pensé que debajo de ese bramido estaba el eje del universo, ese solo pensamiento me hizo sonreír, el eje del universo. Empecé a observar el fondo de la noche, estaba estrellado, que imponente es el universo, y yo pensando que aquí estaba su eje, me senté, la playa silenciosa, todos mis sentidos en el rugido del mar. Una oleada depositó cerca una espuma blanca, la que pude apreciar sólo cuando acarició mis dedos y volví nuevamente a la realidad. En esa noche tenía que buscar respuestas, y pensé en la vida debajo de esa masa oscura que bramaba y empujaba, no me imaginaba como sería estar allí, luchando o volando en aguas de nubes que suben y bajan.

La noche oscura, el bramido del mar, las rocas resistiendo a cada golpe, sin tregua, un golpe tras otro y yo ahí sentado, pensando, revisando mi historia. La primera vez que vi ese mar, fue allá en el norte chico, tenía siete años y mis hermanos me llevaron a un puerto a descargar mineral de fierro, que con mucho esfuerzo le habían arrebatado a los cerros. Quedé sorprendido, pensé que el cielo estaba pintado sobre la tierra y me acerqué, corrí por una playa pequeña, me saqué los zapatos y sentí una caricia fría en mis pies, mojé mis pequeñas manos y me las llevé a la boca, las saboreé y me enamoré del mar.

El rugir me hizo abandonar mi infancia y seguí el eco de las olas que rompían cada vez con más furia. Empecé a buscar imágenes y me encontré con la de Neruda, en su Isla Negra, en una noche oscura como esa, o en una noche de lluvia copiosa, ahí de pié junto a sus campanas, observando con su mirada de canto, de poesía, descubriendo versos, versos de agua, de mar, de tormentas, de rugidos, golpes en las rocas, versos de amor para Matilde y para todas las Matilde que amo por el mundo y que con su pluma las hizo canto. O solamente recordando el cante jondo brotado del alma de Federico.

El mar y sus caracolas, sus mascarones de proa y el caldillo de congrio, poemas que son cantos inmortales a las alturas y a las profundidades, su sonrisa bohemia y sus manos generosas, su frac y nuestro Premio Nobel, todo estaba allí, frente al mar.

No hacía frío, pero era la noche más oscura que había contemplado, y quise tener el talento de Pablo para describirla, y me pregunté ¿la noche, será sólo la ausencia de luz?, ¡ah! Estaba nuevamente divagando, para que pensar en eso, si lo que yo veía era oscuridad y esa oscuridad era tan real como el caldillo de congrio servido en la mesa de La Sebastiana.

Pasó la noche, desperté en la playa, el mar se había dormido, no golpeaba, no bramaba, no rugía, caminé a su encuentro, él me abrazó, no luché, me dejé llevar.