domingo, 6 de noviembre de 2016

¿Qué sería yo sin ti?
sería un errante de las pampas solitaria,
un eco perdido en el desierto,
una voz desesperada
tímida, aguda, lejana.
Pero, te tengo
eso llena mi alma,
me alienta a seguir
por nuestro amor,
por nuestra causa
sellada en hijos
y en un nieto que nos mata.

¿Qué sería sin ti amor mío?
No sería nada,

Nada.
Soledad

En la rivera de mis pensamientos
voy descubriendo los pastizales de mi vida
algunos marchitos por el sol del mediodía,
otros de oscuros verdores
y algunos brotes que me animan
con estos pensamientos
voy a tu encuentro vida mía.
estás más madura,
más mujer, más mía,
eres brote
que en la rivera de mis pensamientos
me animan.
Voy a contarte un secreto,
cada día que pasa
más me enamoro de ti
vida mía
amo tu piel fragante y húmeda
tus manos, tus labios
cuando me deseas,
En la rivera de mis pensamientos
Más te amo vida mía



lunes, 25 de enero de 2016


Un Papá
                  (Julio Bordon Mercado)
  Un papá
  es el árbol fuerte  en medio del bosque, que es familia.
la savia que  brota en las venas de los hijos, 
el impulso que remece el corazón de la esposa.
es trigo candeal,cosecha madura que se convierte en pan en la mesa familiar.
Un papá, es canto en la alegría y  dolor reprimido en la tristeza,
es la seguridad extrema y la lucha diaria por los suyos.
 Un papá es el deber cumplido al final del camino.

jueves, 4 de junio de 2015

Diaguita

(Julio Bordon Mercado)

Desde pequeño solía recorrer los valles del desierto, me internaba en las quebradas y escalaba los cerros, especialmente  cuando; y como consecuencia de una fugaz lluvia, el desierto se vestía con  flores   multicolor. En medio de ese maravilloso paisaje  pasaba horas sentado y escuchando el canto del agua; de pequeños riachuelos;  recorriendo entre las piedras, me deleitaba observar  las arguenitas o enredaderas silvestres colgando desde los  peñazcos o enredándose en los amancayes que orgullosamente mostraban sus flores amarillas, a lo lejos añañucas coqueteando con los  azulosos lirios,  narcisos, estrellitas, manzanillas, alcaparras y si fuera poco coros de pájaros construyendo sus nidos entre los palos negros y las varillas. ¡Cómo me encantaba observar esas  bandadas  que surcaban el cielo limpio de mi tierra!.

En mis aventuras,  me  acompañaba  mi perro pastor, un animal fiel y juguetón, que con sus manos grandes escarbaba para tratar de conseguir un “liguano”, una langosta  que  por miles  saltaban de un lado a otro,  atrapar una mariposa habían de diferentes colores, tamaños y siempre se mantenían danzando al compás de la suave brisa.

La madre tierra me acogía entre cerros y camanchaca. En ella y desde mucho antes que llegaran desde el viejo mundo los depredadores, surgieron  pequeños caseríos que  albergaron familias arrieras, mineras y campesinas, fueron mis antepasados; Diaguitas; que tallaron la piedra, curtieron el cuero y convirtieron el barro en cacharros para almacenar el agua y la comida. En su pequeño oasis construyeron corrales, ranchos, huertos y familia.

Las familias arrieras, mineras y campesinas se han extinguido,  no queda nada, se derrumbaron los ranchos, los corrales,  sólo quedan  algunas higueras centenarias y pimientos sombríos que resisten como  mudos testigos de una historia escondida,  no contada en fin olvidada.


Es tiempo para que vuelva a mi desierto florido, me sentaré sobre las peñas, comeré un Copao y escucharé el ruido del silencio, el grito de un Chilla o  el vuelo de una chicharra perdiéndose  a lo lejos… 

miércoles, 3 de junio de 2015

Miedo

(Julio Bordon Mercado)

Esta tarde esta para la Calchona, decía mi madre; según ella en lo atardeceres como ese, las fuerza del mal se  agrupaban para salir a visitar a los mortales y tener la posibilidad de atraer algún alma.
¿Qué particularidad tenía esa tarde?, silencio, mucho silencio, los pájaros no se disputaban las ramas de los pimientos, los cabríos habían bajado del cerro temprano y rumiaban  echados en el corral, las bandurrias que diariamente; que a esa hora viajaban ruidosamente hacia el horizonte; no dibujaban su vuelo en un cielo grisáceo, los rayos de sol teñían tímidamente a unas pocas nubes que se habían atrevido levitar sobreel desierto a esa hora.
Cuando las sombras de los cerros empezaron a cubrir la majada, una bandada de tórtolas despavoridas emprendió un vuelo desorientado. Una ráfaga tibia del viento sur empezó a intrusear por todos los rincones de los ranchos, corrales y  huerto, dejando tras sí una enorme polvareda. Mi madre, nos tomó de la mano y nos hizo la señal de la cruz, miró ansiosa al cielo, buscando, tal vez el rostro de Dios.
Al viento volvió el silencio, la última luz del día se extinguía rápidamente, mi padre encendió la lámpara a carburo y atizó el fuego, las primera estrellas de la constelación del sur se dejaron ver brillantes entre el manto oscuro de la noche. Los arrieros compartieron el último mate de leche del día y en familia se dispusieron a dormir.  Sólo habían pasado algunos minutos cuando desde el portezuelo llegó un grito agudo y desgarrador de una mujer, es la Calchona; dijo mi padre; y de un soplo apagó la tímida llama de la lámpara. Con mi hermana nos echamos a los brazos de nuestra madre,  nuestros cuerpos empezaban a tiritar, sentíamos miedo.  Mis  padres  nos acogieron  en un abrazo fuerte y dividido, nos pidieron silencio. El grito se empezó a transformar en llanto. Llanto que se mezcló con el aullar de los perros.
Mi madre en voz baja empezó a rezar un Padre Nuestro, afuera  el viento volvió a soplar, esta vez con más furia, daba la impresión que pronto volarían las esteras y fonolitas de los techos, las ramas de los pimientos empezaron a ceder, romperse y caer a tierra, después, fue el turno de las higueras y de los perales. Nosotros seguíamos tiritando de miedo, mi padre nos tomó y nos explicó que  afuera se estaba librando una batalla entre fuerzas del mal y el bien, debíamos rezar para que la naturaleza fuera la vencedora.
Poco apoco se fue calmando el viento, lo que nos permitió escuchar con más claridad el coro de voces fantasmales,  denotaban pena, angustia. Voces de adultos y llantos de niños, con el aullar de lejano de los perros y de los chillas fuimos vencidos por el sueño.

Un rayo de luz que intrusamente se filtró por entre un clavo oxidado alumbró el rostro de la familia, afuera un gallo entonaba su canto sostenido, las gallinas  cloqueaban y las mariposas se posaban sobre los gladiolos en flor, cuando salimos del rancho nos recibió un día luminoso con bandadas de yales, tengas y zorzales que se peleaban las ramas de los pimientos higueras y perales intactos.