Surcos y raices del desierto.
Blogger destinado a mostrar la cultura de hombres y mujeres que desde el desierto de la Tercera Región de Chile construyeron una sociedad con sus propios paradigmas
miércoles, 30 de mayo de 2018
domingo, 6 de noviembre de 2016
¿Qué sería
yo sin ti?
sería un errante
de las pampas solitaria,
un eco
perdido en el desierto,
una voz desesperada
tímida,
aguda, lejana.
Pero, te
tengo
eso llena mi
alma,
me alienta a
seguir
por nuestro
amor,
por nuestra
causa
sellada en
hijos
y en un
nieto que nos mata.
¿Qué sería
sin ti amor mío?
No sería
nada,
Nada.
Soledad
En la rivera de mis pensamientos
voy descubriendo los pastizales de mi
vida
algunos marchitos por el sol del
mediodía,
otros de oscuros verdores
y algunos brotes que me animan
con estos pensamientos
voy a tu encuentro vida mía.
estás más madura,
más mujer, más mía,
eres brote
que en la rivera de mis pensamientos
me animan.
Voy a contarte un secreto,
cada día que pasa
más me enamoro de ti
vida mía
amo tu piel fragante y húmeda
tus manos, tus labios
cuando me deseas,
En la rivera de mis pensamientos
Más te amo vida mía
lunes, 25 de enero de 2016
Un Papá
(Julio Bordon Mercado)
Un papá
es
el árbol fuerte en medio del bosque, que
es familia.
la savia
que brota en las venas de los hijos,
el impulso
que remece el corazón de la esposa.
es trigo candeal,cosecha
madura que se convierte en pan en la mesa familiar.
Un
papá, es canto en la alegría y dolor reprimido
en la tristeza,
es la seguridad
extrema y la lucha diaria por los suyos.
jueves, 4 de junio de 2015
Diaguita
(Julio Bordon Mercado)
Desde pequeño solía recorrer los valles del desierto, me internaba en las quebradas y escalaba los cerros, especialmente cuando; y como consecuencia de una fugaz
lluvia, el desierto se vestía con flores
multicolor. En medio de ese maravilloso
paisaje pasaba horas sentado y escuchando
el canto del agua; de pequeños riachuelos; recorriendo entre las piedras, me deleitaba
observar las arguenitas o enredaderas
silvestres colgando desde los peñazcos o
enredándose en los amancayes que orgullosamente mostraban sus flores amarillas,
a lo lejos añañucas coqueteando con los
azulosos lirios, narcisos,
estrellitas, manzanillas, alcaparras y si fuera poco coros de pájaros
construyendo sus nidos entre los palos negros y las varillas. ¡Cómo me
encantaba observar esas bandadas que surcaban el cielo limpio de mi tierra!.
En mis aventuras, me acompañaba mi perro pastor, un animal fiel y juguetón,
que con sus manos grandes escarbaba para tratar de conseguir un “liguano”, una langosta que por
miles saltaban de un lado a otro, atrapar una mariposa habían de diferentes
colores, tamaños y siempre se mantenían danzando al compás de la suave brisa.
La madre tierra me acogía entre cerros y camanchaca. En ella
y desde mucho antes que llegaran desde el viejo mundo los depredadores,
surgieron pequeños caseríos que albergaron familias arrieras, mineras y
campesinas, fueron mis antepasados; Diaguitas; que tallaron la piedra,
curtieron el cuero y convirtieron el barro en cacharros para almacenar el agua
y la comida. En su pequeño oasis construyeron corrales, ranchos, huertos y
familia.
Las familias arrieras, mineras y campesinas se han
extinguido, no queda nada, se
derrumbaron los ranchos, los corrales, sólo quedan
algunas higueras centenarias y pimientos sombríos que resisten como mudos testigos de una historia escondida, no contada en fin olvidada.
Es tiempo para que vuelva a mi desierto florido, me sentaré
sobre las peñas, comeré un Copao y escucharé el ruido del silencio, el grito de
un Chilla o el vuelo de una chicharra perdiéndose a lo lejos…
miércoles, 3 de junio de 2015
Miedo
(Julio Bordon Mercado)
Esta tarde esta para la Calchona,
decía mi madre; según ella en lo atardeceres como ese, las fuerza del mal
se agrupaban para salir a visitar a los
mortales y tener la posibilidad de atraer algún alma.
¿Qué particularidad tenía esa
tarde?, silencio, mucho silencio, los pájaros no se disputaban las ramas de los
pimientos, los cabríos habían bajado del cerro temprano y rumiaban echados en el corral, las bandurrias que
diariamente; que a esa hora viajaban ruidosamente hacia el horizonte; no
dibujaban su vuelo en un cielo grisáceo, los rayos de sol teñían tímidamente a
unas pocas nubes que se habían atrevido levitar sobreel desierto a esa hora.
Cuando las sombras de los cerros
empezaron a cubrir la majada, una bandada de tórtolas despavoridas emprendió un
vuelo desorientado. Una ráfaga tibia del viento sur empezó a intrusear por
todos los rincones de los ranchos, corrales y
huerto, dejando tras sí una enorme polvareda. Mi madre, nos tomó de la
mano y nos hizo la señal de la cruz, miró ansiosa al cielo, buscando, tal vez
el rostro de Dios.
Al viento volvió el silencio, la
última luz del día se extinguía rápidamente, mi padre encendió la lámpara a
carburo y atizó el fuego, las primera estrellas de la constelación del sur se
dejaron ver brillantes entre el manto oscuro de la noche. Los arrieros
compartieron el último mate de leche del día y en familia se dispusieron a
dormir. Sólo habían pasado algunos
minutos cuando desde el portezuelo llegó un grito agudo y desgarrador de una mujer,
es la Calchona; dijo mi padre; y de un soplo apagó la tímida llama de la
lámpara. Con mi hermana nos echamos a los brazos de nuestra madre, nuestros cuerpos empezaban a tiritar,
sentíamos miedo. Mis padres nos acogieron en un abrazo fuerte y dividido, nos pidieron
silencio. El grito se empezó a transformar en llanto. Llanto que se mezcló con
el aullar de los perros.
Mi madre en voz baja empezó a
rezar un Padre Nuestro, afuera el viento
volvió a soplar, esta vez con más furia, daba la impresión que pronto volarían
las esteras y fonolitas de los techos, las ramas de los pimientos empezaron a
ceder, romperse y caer a tierra, después, fue el turno de las higueras y de los
perales. Nosotros seguíamos tiritando de miedo, mi padre nos tomó y nos explicó
que afuera se estaba librando una
batalla entre fuerzas del mal y el bien, debíamos rezar para que la naturaleza
fuera la vencedora.
Poco apoco se fue calmando el
viento, lo que nos permitió escuchar con más claridad el coro de voces
fantasmales, denotaban pena, angustia.
Voces de adultos y llantos de niños, con el aullar de lejano de los perros y de
los chillas fuimos vencidos por el sueño.
Un rayo de luz que intrusamente
se filtró por entre un clavo oxidado alumbró el rostro de la familia, afuera un
gallo entonaba su canto sostenido, las gallinas
cloqueaban y las mariposas se posaban sobre los gladiolos en flor,
cuando salimos del rancho nos recibió un día luminoso con bandadas de yales,
tengas y zorzales que se peleaban las ramas de los pimientos higueras y perales
intactos.
viernes, 20 de marzo de 2015
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