miércoles, 3 de junio de 2015

Miedo

(Julio Bordon Mercado)

Esta tarde esta para la Calchona, decía mi madre; según ella en lo atardeceres como ese, las fuerza del mal se  agrupaban para salir a visitar a los mortales y tener la posibilidad de atraer algún alma.
¿Qué particularidad tenía esa tarde?, silencio, mucho silencio, los pájaros no se disputaban las ramas de los pimientos, los cabríos habían bajado del cerro temprano y rumiaban  echados en el corral, las bandurrias que diariamente; que a esa hora viajaban ruidosamente hacia el horizonte; no dibujaban su vuelo en un cielo grisáceo, los rayos de sol teñían tímidamente a unas pocas nubes que se habían atrevido levitar sobreel desierto a esa hora.
Cuando las sombras de los cerros empezaron a cubrir la majada, una bandada de tórtolas despavoridas emprendió un vuelo desorientado. Una ráfaga tibia del viento sur empezó a intrusear por todos los rincones de los ranchos, corrales y  huerto, dejando tras sí una enorme polvareda. Mi madre, nos tomó de la mano y nos hizo la señal de la cruz, miró ansiosa al cielo, buscando, tal vez el rostro de Dios.
Al viento volvió el silencio, la última luz del día se extinguía rápidamente, mi padre encendió la lámpara a carburo y atizó el fuego, las primera estrellas de la constelación del sur se dejaron ver brillantes entre el manto oscuro de la noche. Los arrieros compartieron el último mate de leche del día y en familia se dispusieron a dormir.  Sólo habían pasado algunos minutos cuando desde el portezuelo llegó un grito agudo y desgarrador de una mujer, es la Calchona; dijo mi padre; y de un soplo apagó la tímida llama de la lámpara. Con mi hermana nos echamos a los brazos de nuestra madre,  nuestros cuerpos empezaban a tiritar, sentíamos miedo.  Mis  padres  nos acogieron  en un abrazo fuerte y dividido, nos pidieron silencio. El grito se empezó a transformar en llanto. Llanto que se mezcló con el aullar de los perros.
Mi madre en voz baja empezó a rezar un Padre Nuestro, afuera  el viento volvió a soplar, esta vez con más furia, daba la impresión que pronto volarían las esteras y fonolitas de los techos, las ramas de los pimientos empezaron a ceder, romperse y caer a tierra, después, fue el turno de las higueras y de los perales. Nosotros seguíamos tiritando de miedo, mi padre nos tomó y nos explicó que  afuera se estaba librando una batalla entre fuerzas del mal y el bien, debíamos rezar para que la naturaleza fuera la vencedora.
Poco apoco se fue calmando el viento, lo que nos permitió escuchar con más claridad el coro de voces fantasmales,  denotaban pena, angustia. Voces de adultos y llantos de niños, con el aullar de lejano de los perros y de los chillas fuimos vencidos por el sueño.

Un rayo de luz que intrusamente se filtró por entre un clavo oxidado alumbró el rostro de la familia, afuera un gallo entonaba su canto sostenido, las gallinas  cloqueaban y las mariposas se posaban sobre los gladiolos en flor, cuando salimos del rancho nos recibió un día luminoso con bandadas de yales, tengas y zorzales que se peleaban las ramas de los pimientos higueras y perales intactos.

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